Vivimos una época de nuevos liderazgos o nuevos candidatos a
liderar un cambio político. Para muchos, una esperanza de creer en la política
y acercarse a la participación democrática activa, recordemos que alrededor de
un 35% de las personas con derecho a voto no acuden a las urnas, muchos afirman
estar desencantados con la política, otros manifiestan hacerlo como una forma
de manifestar su falta de confianza en los partidos. Hemos visto surgir, fruto
de una crisis económica lampante y la falta de sensibilidad de los políticos
hacia los problemas sociales, partidos emergentes liderados por jóvenes que
manifiestan su deseo de cambiar las cosas, romper el bipartidismo o el juego
donde siempre ganan los grandes para seguir haciendo ganar a los grandes.
En este sentido, Albert Rivera, es uno de ellos, al que
también hemos podido ver “bailando” en los debates electorales, mostrando su
deseo o ansia de poder, sus frases prefabricadas que conectan con una parte del
electorado que ve en la imagen de otros países un ideal a alcanzar. Lejos de
esto, los países que Rivera pone como ejemplo, Dinamarca, Alemania, Francia o
EEUU, presentan problemáticas sociales y éticas a las que no aspiramos los
españoles, la mayoría de los ciudadanos de este país están a la espera de conocer
una verdadera democracia, aún no hemos tenido políticos con ideales, con una
idea clara de gestión de los recursos de todos para todos, y sí líderes
elegidos por grupos de poder que siguen queriendo mantener sus cuotas de privilegios
sobre el manejo de grandes cantidades de dinero.
El nerviosismo del joven Rivera, al que hice referencia
antes, mostrado en el debate de candidatos de días atrás o en los mítines
posteriores en ciudades españolas, más que manifestar su hiperactividad,
característica que un psicoanalista nunca definiría como defecto si la
actividad se orienta hacia acciones reales, manifiesta su fantasioso deseo de
poder. El que sabe esperar no necesita hacer concesiones, pero Rivera no sabe
esperar y lo está manifestando con su lenguaje corporal con el que invita a
acabar el debate y habla de su prepotente actitud de niño.
Entre las cualidades de un líder está la de tener un buen
equipo a sus espaldas, trabajadores, gente valiosa y simpatizantes que confían
en la posibilidad de ver representadas sus ilusiones en una voz, Albert Rivera,
parece hablar por sí mismo, en tanto su trayectoria es la de alguien resentido
por el trato recibido en el PP y que ahora quiere demostrar por su cuenta
que él puede solo. No Albert, solo no se
puede, el ejercicio de la política y el desempeño de la labor de un presidente
requiere gran responsabilidad, tolerancia, paciencia, respeto y, sobre todas
las cosas, capacidad de gestionar la angustia que todas las situaciones de
cambio producen.
Si de nuevos liderazgos hablamos pues, hay que reconocer que
el señor Rivera no presenta ideas nuevas ni un carisma que le diferencie del
resto de políticos que hemos conocido hasta el momento en España. Su discurso
habla para los poderes económicos que ostentan el poder y quieren seguir
haciéndolo, un discurso nada novedoso y que sólo cambia de actores, pero no de
guión. Como psicoanalista y especialista en asesoramiento político, no hay
futuro si los representantes políticos no incorporan en su pensamiento los
conocimientos que la Teoría del Inconsciente de Freud aportó a comienzos del
siglo XX sobre la vida humana en sociedad, el narcisismo, la agresividad, así
como la tendencia del ser humano a repetir errores, porque lo más difícil es
transformarse, lo más difícil es lo nuevo. Cuando se habla de una verdad humana
no importa si se hace en alta voz o como pequeña gota que cae y va
transmitiendo su mensaje, lo importante es tener un mensaje que dar, el señor
Rivera el único mensaje que transmite es que quiere ser presidente, pero
todavía no sabemos si ese poder que tanto anhela sabrá gestionarlo a favor de
todos los españoles.
Helena Trujillo
Psicoanalista de Grupo Cero