jueves, 28 de julio de 2011

HAY QUIENES HACEN DEL MUNDO UN RING

HAY QUIENES HACEN DEL MUNDO UN RING

Hay quienes hacen de cada encuentro una confrontación, aquellos que consideran que dar su opinión es ofender al otro, los que se cuelan en tu mundo sin ser invitados y sin atender unas normas mínimas de educación.

Esto pasa en la vida cotidiana, pero también pasa, y mucho, en el mundo virtual de internet. Es habitual encontrarse con personas que piensan que ahí no hay reglas, todo está permitido, insultar, ofender, cotillear, criticar. En general, no es bien tolerado que se quiera aprovechar el tiempo, que se hable de usted, que se llame antes de entrar. No es extraño tropezarse con alguno de estos “personajes” y salir escaldada simplemente por mantener las distancias, por atender cierta cortesía o por trabajar en lugar de chatear. Incomprensible, lo sé, pero está a la orden del día.

¿Amargados o solitarios? Tal vez ambas cosas, pero está claro que para ser una persona sociable hay que aprender a valorar las virtudes de los demás en lugar de ver los errores que, por otra parte, todos tenemos. Hay ejemplos magistrales de personas así, se me viene a la mente uno cercano, una gran persona que siempre tiene una amable palabra para el prójimo, que siempre espera del otro lo mejor y cuya grandeza no sólo es ser un gran trabajador, sino hacer de los demás seres valiosas sólo por existir.

Si aprendemos a hablar, en lugar de ofender, si hacemos del otro un aliado y no un enemigo, haremos de este un mundo mejor y dejaremos los derechazos para los profesionales del boxeo.

Helena Trujillo
Psicoanalista

miércoles, 27 de julio de 2011

RELATOS DE DESESPERACIÓN II

RELATOS DE DESESPERACIÓN II


Delgada es la línea que separa la vida de la muerte, la razón de la locura.
Abrió el cajón de su escritorio y extrajo un revólver que había adquirido años antes en el mercado negro. Lo puso sobre los papeles escritos y permaneció unos instantes mirando ese frío instrumento.
Hacía días que extrañas ideas rondaban su mente, la desazón corroía sus horas, se sentía al borde de un precipicio sin fin. Su mundo se había desplomado como si se hubiese tratado de un mero espejismo. Estaba solo, con ese arma sobre la mesa, frente a un destino desconocido.
Cayó la noche y la angustia lo sumió en un pesado sueño, allí mismo, sobre la mesa, junto a su silencioso compañero. En una isla desconocida, una mañana gris, un grupo de jóvenes se dirigía a una especie de cabaña donde otros les esperaban. Él, agazapado entre los árboles, les apuntaba con un arma automática y algunas granadas. No sabía por qué estaba allí, ni quiénes eran, sólo sentía el impulso de disparar y cegar la vida de esos desconocidos.
De un sobresalto interrumpió la imagen onírica. Se sentía un asesino, no sólo por la intención de acabar con su vida, sino porque con ello atentaba contra muchas otras personas que también formaban parte de su vida. Un reguero de lágrimas surcó su rostro, en la penumbra de la estancia, fijó su vista en un resquicio de luz que entraba por la puerta. Al otro lado la vida, la esperanza, los seres queridos. Volvió a tomar el revólver y lo guardó en el cajón del que nunca debió haber salido. Echó la llave y la introdujo en un sobre blanco que arrojó al cesto de la basura. Levantándose de la silla, se acomodó el cabello, secó sus lágrimas y se encaminó hacia la puerta que le separaba del resto del mundo.
Hoy no sería el día de su final, hoy sería un día más, un grano de arena en una inmensa playa que sería su propia vida.

Helena Trujillo

lunes, 25 de julio de 2011

TRAS LA DESESPERACIÓN

TRAS LA DESESPERACIÓN


Toqué el fondo de todas las esperanzas.,
me abracé al vacío de tu recuerdo
ya no quise más ser sombra, tibieza,
nostalgia de una filosofía privada de verdad.

El eco de unas voces me despertó de la locura,
el cálido tacto de una piel aún desconocida.
Reímos toda la noche mientras
las velas consumían los deseos.

Nos abrazamos a un nuevo canto
y al ritmo de los latidos del verso
nos bañamos en la pila bautismal,
renaciendo a la vida, tras este tibio final.

Helena Trujillo


RELATOS DESESPERADOS I

RELATOS DESESPERADOS I




El tren estaba a punto de salir, aunque ella aún no sabía a dónde se dirigía. Sus compañeros de viaje acomodaban las maletas en los compartimentos e irradiaban la alegría y ansiedad propias de un trayecto que comienza. Ella no llevaba equipaje, tan sólo un billete que la conduciría a alguna parte, lejos de sí misma, por ahora, su máxima enemiga.
Se sentía un peligro, no sólo para su propia existencia, también para la de aquellos que tanto amor le mostraban. Algo se había roto y ella había quedado desorientada, en medio de ese inmenso desierto que era su vida. El mundo se construía cara al futuro, pero ella no veía más allá de su propia miseria.  Torpe y sumisa, era arrastrada por el movimiento, cada vez más veloz, de ese tren. No había forma de apearse. La muerte no era una opción y sus fuerzas eran insuficientes para detener ese torrente de deseos múltiples. Debía confiar, como nunca hasta ahora había hecho. Ser sombra de su pasado y cambiar toda su vida en ese viaje.


Helena Trujillo



martes, 19 de julio de 2011

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